El primer ministro de Canadá, Stephen Harper
Photo Credit: PC / DARRYL DYCK

El sueño de Harper de un Canadá como superpotencia energética se derrumba

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Carol Goar, columnista en el periódico canadiense de mayor tirada, el Toronto Star, sostiene que el plan del primer ministro canadiense, Stephen Harper, de hacer de Canadá una superpotencia energética se viene abajo debido a un exceso mundial de petróleo y a sus propios errores de juicio.

En su columna, Goar sostiene que el primer ministro Stephen Harper es víctima de las circunstancias, pero que el estilo autoritario de su liderazgo hace que los canadienses no le den el beneficio de la duda.

Si el primer ministro Stephen Harper hubiera mostrado un milímetro de arrepentimiento sobre su fallido plan de hacer de Canadá una superpotencia mundial energética, los votantes podrían inclinarse a favor de darle otra oportunidad.

Él no podía haber sabido que el precio del petróleo caería en un 57 por ciento desde junio pasado. Nadie lo sabía.

Él no podía haber previsto que la fracturación hidráulica se convertiría comercialmente viable en Estados Unidos, reduciendo en consecuencia la demanda de petróleo y gas de Canadá.

Él no podía haber previsto que a nueve años después de haber asumido el poder, el oro líquido de Alberta continuaría sin salida hacia los puertos para su exportación. En el pasado, la construcción de oleoductos casi nunca había sido un problema.

¿Por qué, entonces, hay tan poca simpatía hacia Stephen Harper fuera de Alberta? ¿Qué impide que los canadienses ecuánimes lo vean como una simple víctima de las circunstancias?

El primer obstáculo es su negativa absoluta a admitir que calculó mal las perspectivas de Canadá. Aún hoy, ante el derrumbe de sus cálculos presupuestarios, Harper insiste en que él es un administrador económico magistral, que es la única opción segura para los votantes prudentes. La distorsionada imagen que tiene de sí mismo y su falta de voluntad para reconocer y adecuarse a la situación impiden cualquier sentimiento de simpatía hacia su persona.

El segundo problema es que el primer ministro es en parte responsable de su propia situación. Aunque los eventos conspiraron contra él, Harper empeoró las cosas. Abandonando la diplomacia, él sermoneó públicamente al gobierno de Estados Unidos, indicando que no se necesitaba tener cerebro para aprobar la construcción del oleoducto Keystone XL, que llevaría petróleo desde Alberta hasta el Golfo de México.

Al presidente Barack Obama no le gustaron los pinchazos de Harper. Obama todavía no dio su aprobación al proyecto.

Del mismo modo, Harper y sus ministros arremetieron contra lo que llaman «grupos radicales» que se apropiaron del proceso de aprobación del oleoducto y socavaron la economía. En respuesta los ecologistas se plantaron firmes en sus posiciones.

El tercer problema es el favoritismo evidente de Harper hacia la provincia de Alberta. Su gobierno subsidió la explotación de las arenas bituminosas, ignorando al mismo tiempo los esfuerzos de la provincia de Ontario para desarrollar energías renovables y no contaminantes.

Para Harper los problemas del sector industrial manufacturero de Canadá eran tristes, pero era la inevitable consecuencia de la globalización.

Sus ministros se dedicaron a perseguir a los beneficiarios del seguro de desempleo en las provincias marítimas, donde escasea los puestos de trabajo para asegurarse de que estaban buscando activamente un empleo. Harper modificó la fórmula de compensación económica en Canadá cuando Ontario se convirtió en una provincia con menores recursos.

La cuarta razón por las que los canadienses tienen poca simpatía hacia Harper es su obstinación en materia de cambio climático. Mientras que otras naciones tratan de reducir las emisiones de gases a efecto invernadero, Harper rompió los compromisos de Ottawa con la comunidad internacional, ignoró sus objetivos de reducción de emisiones y no hizo ningún esfuerzo para poner un precio a la contaminación. ¿Cuál fue la recompensa para Canadá por haber sacrificado su reputación como miembro responsable de la comunidad internacional? Una mercancía que la industria no puede vender en un mundo saturado de petróleo.

La quinta razón es su intento de desprestigiar y acallar a las organizaciones no gubernamentales de beneficencia. Ningún primer ministro recurrió jamás a efectuar auditorías contra organizaciones de la sociedad civil que no comparten la ideología o los objetivos del gobierno.

Desde 2012, la Agencia de Ingresos de Canadá ha tomado como blanco de sus auditorías a más de 50 organizaciones de defensa del medioambiente, grupos de lucha contra la pobreza, entidades de cooperación internacional y foros de reflexión de tendencia progresista.

Inclusive ciudadanos que no pertenecen, y que no donan a estas organizaciones civiles son hostigados por los extremos a los que Harper recurre para salirse con la suya.

La sexta razón que tienen los canadienses para sentir antipatía hacia Harper es el desprecio del primer ministro hacia las instituciones democráticas de Canadá. Él ha clausurado la Cámara de los Comunes en repetidas ocasiones, ha incorporado decenas de modificaciones legislativas en algunas masivas leyes “ómnibus” o generales para su aprobación en bloque.

Harper ha echado de su puesto a defensores públicos, se ha negado a permitir que los diputados puedan examinar los gastos públicos, ha retenido información pública, amordazado a los científicos federales y ha reemplazado el detallado censo de Canadá con una encuesta no fiable sobre los hogares canadienses. Bajo Harper, Ottawa se ha convertido en un gobierno cada vez más opaco, inaccesible y que no rinde cuentas sobre sus acciones.

Por último, está su propia persona, el Harper frío e inescrutable. Si los canadienses tuvieran simpatía hacia Harper, incluso si lo conocieran mejor, podrían sentirse inclinados a darle el beneficio de la duda cuando las cosas van mal. Pero después de tres mandatos, Harper sigue siendo un libro cerrado.

Es lamentable que la nación no pueda separar los errores causados por las políticas del primer ministro de los giros de la fortuna. Pero fue él quien eligió su estilo de liderazgo. Fue Harper quien escogió sus tácticas. Y fue él quien asumió que la buena voluntad de la gente era prescindible, dice finalmente Carol Goar, columnista en el periódico canadiense de mayor tirada, el Toronto Star.

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