El anuncio de un acuerdo logrado entre Irán y un grupo de países occidentales, además de Rusia y China, es un tema abordado este martes por la prensa canadiense.
En las páginas del periódico de circulación nacional The Globe and Mail, de Toronto, Thomas Juneau, profesor en la Universidad de Ottawa sostiene que ese acuerdo abre la interrogante sobre cuál será la posición de Canadá frente a Irán.
Irán y el grupo de países del P5 + 1, que son China, Francia, Rusia, Inglaterra y Estados Unidos, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, además de Alemania, finalmente llegó a un acuerdo este martes para poner fin a la larga disputa sobre las ambiciones nucleares de la República islámica de Irán. Este acuerdo plantea interrogantes para Canadá, país que ha tomado una postura particularmente agresiva hacia ese país en los últimos años.
La hostilidad del gobierno de Harper hacia Teherán se basó en la premisa, expresada a menudo por el primer ministro y sus ministros de alto rango, que Irán representa la mayor amenaza para la paz y la seguridad internacionales.
El gobierno de Harper matizó recientemente su opinión, declarando a Irán como una amenaza «importante» para la seguridad internacional, lo que refleja la creciente preocupación de Ottawa ante el grupo armado Estado Islámico y Rusia. Sin embargo, lo cierto es que Canadá, bajo un gobierno conservador, se ha diferenciado de sus aliados adoptando una línea más dura contra Irán.
Como protesta contra el programa nuclear iraní, la situación de los derechos humanos en ese país y las políticas regionales de confrontación, Canadá ha implementado todas las sanciones de la ONU contra Irán y ha adoptado con mucho ruido medidas unilaterales adicionales. En las arenas multilaterales, la diplomacia canadiense ha criticado en varias ocasiones a Irán. Ottawa también rompió relaciones diplomáticas con ese país en 2012.
A medida que las conversaciones nucleares avanzaban en los últimos dos años, Canadá optó por una posición de escepticismo, insistiendo que sólo acciones tangibles demostrarían el compromiso de Irán para frenar su programa nuclear. Canadá también destacó sistemáticamente que la situación de los derechos humanos no había mejorado bajo la presidencia de Hassan Rouhani y que el apoyo iraní al terrorismo en Oriente Medio continuaba activo.
Esta política agresiva del gobierno del primer ministro canadiense Stephen Harper hacia Irán se ha basado en una premisa errónea, ha tenido un impacto marginal, y se ha traducido en magros beneficios.
En primer lugar, la política del gobierno canadiense fue elaborada a partir de una creencia fundamentalmente errada, y es que Irán no es la mayor amenaza para la paz y la seguridad en el mundo. Su economía ha sido estrangulada por las sanciones; su ejército es débil en términos convencionales, y se encuentra diplomáticamente aislada, más de lo que ha estado desde la década de los años 80. Sus políticas de seguridad regional han sido en su mayoría en reacción a factores externos.
Más importante aún, Irán apenas representa una amenaza marginal a los intereses canadienses, por lo cual las políticas hostiles de gobierno canadiense son injustificadas.
Afirmar que las políticas de Ottawa se basan en principios, como a menudo repite el gobierno canadiense, es en el mejor de los casos, un argumento inconsistente, y en el peor, un discurso hipócrita. La situación de los derechos humanos en Arabia Saudita es mucho peor que en Irán, y sin embargo el gobierno de Canadá busca más bien profundizar los lazos con Riad.
La política del gobierno de Harper hacia Irán ha tenido un impacto limitado. A nivel internacional se ha traducido en una alguna ocasional molestia en Washington y ha causado una mezcla de incomprensión y desconcierto en Teherán.
Esas políticas han traído beneficios limitados para Canadá. Es cierto que la retórica de Harper ha sido recibida positivamente por el gobierno de Netanyahu en Israel y en las capitales árabes del Golfo Pérsico. Al mismo tiempo, hay que admitir que el costo de esas posturas han sido mínimo: el comercio bilateral con Irán era ya limitado, y se habría perdido de todos modos debido a las sanciones. Por su parte, Irán no tomó represalias contra los intereses canadienses.
Canadá tiene tres opciones. La primera es que Ottawa podría mantener su hostilidad hacia Irán, con lo que se gana poco. Esto garantizaría que Canadá se quedará fuera tras un acuerdo. El resurgimiento económico y diplomático de Irán será lento y gradual, pero ofrece beneficios atractivos a largo plazo.
En segundo lugar, Ottawa podría seguir los pasos de sus aliados estadounidenses y europeos. El acuerdo no significa una gran reconciliación, pero por el momento reduce la tensión. Esta opción implicaría una moderación lenta y cautelosa de la postura canadiense y mantener una actitud abierta sobre futuras medidas de cooperación.
La tercera opción es que Canadá podría pensar de manera previsora y reconocer que Irán tiene el potencial para consolidarse como una importante potencia regional. Ese potencial está lejos de manifestarse actualmente, pero Canadá podría optar por posicionarse como un socio activo en una posible reintegración de Irán en la economía mundial y en las estructuras de seguridad regional. Es poco probable que esto suceda si los conservadores de Harper son reelegidos en octubre, pero podría ser una opción atractiva para los Liberales de Justin Trudeau o el Nuevo Partido Democrático, de Tom Mulcair, dice finalmente un artículo de opinión publicado en el periódico de circulación nacional, The Globe and Mail.
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