Este próximo domingo subirán a la escena en Montreal dos voces nacidas en México, de generaciones y caminos diferentes.
Una de esas voces es la de Gabino Palomares, reconocida como una de las fundadoras de lo que en México se llamó el Canto Nuevo, junto a Amparo Ochoa y Oscar Chávez.
La otra es de una nueva voz en Canadá, se trata de Mamselle Ruiz, quien llegó a Montreal en 2009 y donde ha trabajo arduamente para llegar a los grandes escenarios como el Festival de Jazz de esta ciudad.
En conversación con Radio Canadá Internacional, Mamselle Ruíz y Gabino Palomares cuentan qué fue lo que hizo posible este encuentro en el escenario.
El desafío de pasar de una generación a otra una forma de hacer y entender la música es mayor, ya que por un lado, la generación de Gabino Palomares presentó con su guitarra y su voz el retrato de un México que por más de setenta años vivió bajo la férula de un solo partido el PRI, descrito por Mario Vargas Llosa como la “dictadura perfecta”.
Sus canciones hablan del espíritu colonizado de un México que es capaz de cometer la masacre de Tlatelolco y que décadas más tarde desemboca en un “malinchismo” económico que se traduce en la firma de tratados comerciales que, según los movimientos sociales de ese país, han liquidado al campo y han servido para enriquecer a unos pocos.
En la actualidad, la música comprometida ha sido relegada a los cajones de la historia, en medio del brillo y el narcisismo de una sociedad de consumo donde la música es más una industria de evasión que una herramienta de reflexión.
Este aspecto es el que recupera Mamselle Ruíz, que más que una hija de México es hija de la migración, con su carga de soledad, esfuerzo y la posibilidad de ingresar a otras sensibilidades a través del conocimiento de otras lenguas en un país como Canadá, cuya marca de nacimiento es la inmigración.
Gabino Palomares dice que se enamoró de la voz de Mamselle Ruíz, mientras que ella dice que la música de Gabino le enseñó a observar su México natal con otros ojos, un México que a estas alturas ya no es una simple geografía sino la memoria de una manera de hacer música para desnudar al mundo desde un escenario en la isla de Montreal.
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