Una investigación llevada a cabo por la “Iniciativa Canadiense para la prevención del Homicidio Doméstico” sostiene que la mayoría de las víctimas de los crímenes hogareños en el país son mujeres.
El estudio, que se llevó a cabo entre los años 2010 y 2015, en base a estadísticas legales, policiales e información periodística, estableció que en ese período se cometieron en el territorio canadiense 418 homicidios domésticos, que totalizaron 476 víctimas, de las que el 76 por ciento fueron mujeres.
Una de las raíces de esta violencia está en la desigualdad del poder que detentan el hombre y la mujer en el seno de cada sociedad. Canadá no escapa a esa situación.
El grado de desarrollo social, la legislación vigente y el lugar que ocupa la mujer al interior de la población canadiense podrían hacer creer que la violencia conyugal ha sido superada aquí, pero los datos demuestran que la realidad es otra muy distinta.
Según Barb MacQuarrie, nuestra entrevistada, el informe es “un recordatorio doloroso de que la violencia doméstica es un importante problema de salud pública, social y criminal que afecta a miles de canadienses”.
Las relaciones dominantes, en las que el hombre tiene primacía se constatan a diario en distintos estamentos y situaciones, como podría ser el caso de las poblaciones autóctonas, de los inmigrantes y de las personas que residen en zonas rurales, por lo general aisladas o semiaisladas.
Entre los factores de riesgo que identifica la investigación se ubican la violencia doméstica en los hogares de origen de alguno de los integrantes de la pareja, el hecho que alguno de los integrantes exprese su intención de separarse, y en ese caso peligro aumenta considerablemente cuando es la mujer quien busca disolver a la pareja, problemas de depresión y otros.
Según los datos que brinda el documento, las mujeres comprendieron el 79 por ciento de las víctimas adultas y los hombres el 21 por ciento.
La mayoría de las víctimas, el 61 por ciento, estaba en una relación íntima actual con los acusados y el 26 por ciento estaba separada o separado, mientras que el 21 por ciento tenía evidencia de que la separación era inminente o estaba pendiente.
En el 91 por ciento de esos casos, las mujeres fueron las víctimas y los hombres los acusados.
El 13 por ciento de los casos involucró el homicidio de terceros, como miembros de la familia, vecinos, nuevos socios u otros espectadores.
Además, 37 niños fueron asesinados en el contexto del homicidio doméstico; 70 por ciento eran hijos biológicos de la víctima, del acusado o de ambos, mientras que el 24 por se trató de niños adoptados.
Si nos referimos a las familias inmigrantes o refugiadas, los guarismos en los que la mujer es la víctima son aún mayores: 86 por ciento.
La diversidad de la procedencia migratoria impide uniformizar las razones de esa violencia, pero en algunos casos se trata de personas que vienen de territorios devastados por la guerra o por la violencia de pandillas, de castas o política. A esa experiencia traumática hay que agregar el estrés de la inmigración y las barreras para la integración, como el racismo, el acceso desigual a la educación y el empleo y las complicaciones lingüísticas.
Por último, en muchas ocasiones se suele prestar poca atención a situaciones que pueden ser signos de que hay violencia doméstica, como insultos, expresiones continuas de denigración de la otra persona, amenazas, intentos de aislar a la víctima de su entorno familiar o social…
Y ese es uno de los peores errores que se pueden cometer a la hora de prevenir la violencia doméstica ya que, como dice MacQuarrie, no son los especialistas los primeros en detectar el problema, sino el entorno de la víctima: la familia, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo tienen un rol crucial a jugar a la hora de poner fin, de una vez por todas, a la violencia contra la mujer.
Barb MacQuarrie, del Centro de Investigación y Educación Sobre la Violencia Contra la Mujer y los Niños de la Western University, nos brinda más detalles en entrevista con Luis Laborda.
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